24 marzo 2009

Why? Zergatik? Porqué? Pourquoi? Ma per qué?

Caminando sin prisa un atardecer por Gaztelumendi, noté cierto cansancio existencial y me senté en una pradera cercana a Minatxuri para disfrutar del paisaje mientras reponía fuerzas con descanso y algo de fruta. En esa situación y en ese lugar, si bien algo más joven que hoy, comprendí que el cien por cien de todo lo que mis ojos observaban, había sido modificado por la acción del hombre. Todo, absolutamente todo lo que veía, reflejaba en mayor o menor medida la presión de la actividad humana.

El medio ambiente había sido modificado completamente por el hombre generación tras generación, y su estructura actual obedecía a las exigencias de una sociedad que vivía de espaldas a la naturaleza. Lo que todo el mundo llamamos naturaleza, no es entonces sino un inmenso jardín, mejor o peor conservado según el lugar, pero sobre todo más natural cuanto más alejado está de los asentamientos humanos permanentes.

La naturaleza por lo tanto queda relegada a los espacios que el hombre no necesita ni utiliza. Solamente nos quedan retazos y trazas de la naturaleza primigenia. ¿O… quizás el cansancio había hecho demasiada mella e hizo que mis apreciaciones fueran exageradas? No, por desgracia no iba mal encaminado.
Todos estos patéticos pensamientos, me abrumaron, asombraron, indignaron y me convencieron para siempre de que el hombre es ante todo un ser con una poderosa capacidad destructiva, pero también me hicieron recelar para siempre de nuestro afán por construir maravillosos tótem y modernos monumentos al “progreso” sobre las ruinas de una naturaleza expoliada. Tuve la sensación de ser un niño a quién la naturaleza secretamente insinuaba que “los reyes magos eran los padres”, que ella sólo era un pequeño jardín muchas veces maltratado y al que obligatoria y prioritariamente había que proteger.
Desde niños habíamos vivido siempre engañados: la cigüeña, los reyes magos, la felicidad, la madre tierra, y ahora y por último descubría que el jardín del edén, no sólo era un mito, sino que nosotros mismos lo habitamos y lo destruimos. ¡Madre mía, mentira tras mentira construimos un futuro insostenible!
Todavía hoy es el día que al expolio, destrucción y desprecio por lo natural, muchos le llaman desarrollo sostenible. La política y la empresa desvergonzadamente utilizan lo natural, la ecología y el medio ambiente exclusivamente para sus intereses particulares, siempre pensando en el corto plazo, bajo la presión de unas elecciones o de una cuenta de pérdidas y ganancias con muchos ceros. El desarrollismo lo disfrazamos con una capa de falsa sostenibilidad, mientras lenta pero persistentemente vamos acabando hasta con el último vestigio de lo que un día no hace mucho tiempo fue algo natural.
Sin ningún género de dudas, la mejor defensa del medio ambiente pero a veces por desconocimiento también su destrucción, hoy en día lo realizan los que el día a día lo desarrollan en la propia naturaleza, es decir, los caseros o baserritarras, los propietarios y explotadores de bosques, los cazadores, montañeros, ganaderos y también los curiosos que como yo y probablemente también como tú, miramos a la naturaleza con el respeto, desconfianza y desconocimiento de quien mira a través de una mirilla, para saber sin ser visto quién llama a nuestra puerta.

Pues bien, en esta ocasión nos llama a la puerta la naturaleza escondida y agazapada en el jardín de los montes de Gaztelumendi. Se podría haber escogido otras montañas u otros territorios para sentir sensaciones similares. También en este mismo entorno las emociones pudieran ser otras, si el que las percibe se manifiesta y decanta por otras prioridades y motivaciones.

Antiguos caminos, nuevas carreteras, autovías de montaña y edificaciones, los límites perfectamente definidos y rectilíneos entre bosques y praderas, caseríos, bordas, pastos, explotaciones mineras y ganaderas, canteras, depósitos de agua, majadas, canalizaciones diversas, alambradas, mojones, torres eléctricas, palomeras, escombreras, el vapor de agua de los aviones en los cielos, etc. y hasta en las cimas de las montañas también se observan restos y huellas que los hombres abandonamos, para marcar un territorio natural y hostil con nuestras señas de identidad, como si de esta forma ingenuamente elimináramos los peligros de una naturaleza enfadada ante nuestros propios desmanes.

La propuesta es pasear sin prisas por los montes de Gaztelumendi, y reconciliarnos con la naturaleza. Hay que disfrutar del paisaje, detenerse y observar las flores, los árboles, el terreno y los animales, descubrir el significado de los secretos que la naturaleza nos va a ir descubriendo, advertir la evolución del entorno, etc., ¡Hay tanto que comprender y tanto que descubrir!, que el rato que estás pasando leyendo esto es sólo un soplo de vida para una eternidad.

Hay que pararse en cualquier sitio del camino: recuerda que lo más importante de cualquier viaje no está ni en el principio, ni en el final, sino en el propio camino. Caminante, no hay camino….

Equípate bien y ligero. Lleva prismáticos, cámara de fotos, soledad o buena compañía, las dos cosas son buenas si han sido bien elegidas, lleva algo de comida, una libreta y un bolígrafo, ropa cómoda, un buen bastón, una cantimplora, una navaja, una lupa, una guía de plantas o de pájaros, una gorra para cubrir la cabeza y pocas cosas más.
Pero…. muy importante, cuando abandones el lugar, que nadie note que has pasado por allí, que nadie descubra una sola huella de tu “espero” feliz camino, caminante…… se hace camino al andar….

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